lunes, 9 de mayo de 2011

VALORES HUMANOS. WRIGHT


Desde el principio al fin, en todos los trabajos de Frannk Lloyd Wright hay un elemento importante que se mantiene constante, dominando todas las demás consideraciones, un elemento que siempre sería el principio supremo en su reflexión: los valores humanos,. Wright habló en este contexto frecuentemente de “humanidad”. Desde la sencilla casa hasta un gran centro cívico, desde una fábrica a una catadral, desde una granja a una escuela: allí donde el hombre entra en relación con los edificios de Wright, siempre ocupa de modo ostensible el lugar central.
En 1957, cuando se acercaba al final de su vida, Wright escribió un libro que tituló A Testament. En parte autobiográfico, en parte explicativo, este libro pasa revista a sus obras, sus principios, las realizaciones y los resultados. Resume las fuerzas que determinaron su obra, tal como las veía, y las formas del gran arte, también tal como él las veía. El último capítulo del libro lleva por título “La humanidad: la luz del mundo”, cuyo comienzo reproducimos aquí:
“Siempre me he referido a una “arquitectura más humana”. Por ello quiero intentar explicar qué significa para mí, como arquitecto, esta palabra. Al igual que en la arquitectura orgánica, la calidad de la humanidad reside en el interior del hombre. Del mismo modo que el sistema solar mide en años-luz, la luz interior es lo que denominamos humanidad. Este elemento, el hombre como luz, está fuera de todo cálculo. A Buda se le llamó la luz de Asia, a Jesús la luz del mundo. La luz del sol es a la naturaleza lo que aquella luz interior al espíritu del hombre: luz humana.
La humanidad está por encima del instinto. Por esta luz interior, la imaginación humana nace, conoce, crea; muere, pero sigue viviendo como luz de vida si estaba viva en el hombre. El espíritu es iluminado por ella, con tal fuerza que su vida misma es esa luz, procede de esa luz y,  a su vez, ilumina a otros. Las afirmaciones de esta luz en la vida y en la obra humana es la verdadera felicidad del hombre.
Nada hay más elevado en la conciencia humana que los destellos de esta luz interior. Nosotros la llamamos belleza. La belleza no es más que el resplandor de la luz en el hombre  –el resplandor  del romanticismo elevado de su humanidad, como sabemos que la arquitectura, el arte, la filosofía y la religión son románticas. Todo alimenta y está alimentado por está alimentado por esta luz inextinguible en el alma del hombre. No puede hacer ninguna consideración intelectual que sobrepase esta inspiración. Desde la cuna a la tumba, su verdadero ser aspira a esta realidad para asegurar la continuación de su vida como luz en el más allá.
Al igual que la luz del sol envuelve a los objetos indefensos, revelando su forma y su expresión, del mismo modo una luz correspondiente, cuyo símbolo es el sol, emana de la obra inspirada de la humanidad. Esta luz interior es la garantía de que la arquitectura, el arte y la religión del hombre son todo una: sus emblemas simbólicos. Por ello, podemos denominar a la humanidad misma la luz que nunca se extingue. Los sentimientos bajos del hombre están sometidos al milagro de su propia luz. La salida y la puesta del sol son los símbolos apropiados de la existencia del hombre sobre la tierra. No hay ningún elemento de la inmortalidad más precioso que una humanidad tan humana. El cielo sólo puede ser el símbolo de esta luz de luces en el sentido de que el cielo se convierte en un puerto.

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